13 agosto 2007

BARRY BONDS, un rey sin corona

Por: A. Cárdenas / E. Pirela (Panorama Digital)
Barry Bonds, creció influenciado en las hazañas de su padre, Bobby Bonds, y de su padrino, Willie Mays. En Venezuela demostró su calidad con Navegantes del Magallanes. A pesar de romper el récord de cuadrangulares de Hank Aaron, la sombra de los esteroides lo acompaña.

Ser hijo de Bobby Bonds y ahijado de Willie Mays, leyendas de los Gigantes de San Francisco, no significaron ningún peso para Barry Lamar Bonds. Nacido en Riverside, California, el 24 de julio de 1964, a Barry, el mayor de cuatro hermanos, le acompañó siempre la estampa de estrella, siguiendo el legado de sus parientes, uno de ellos miembro del Salón de la Fama.

Creció en los parques de pelota, observando las hazañas de su padre (casado con Patricia Howard desde 1963), y su padrino, por lo que desarrolló rápidamente un talento que era más que natural. Aprendió observando a dos leyendas, a las que acompañó en el clubhouse de los Gigantes y con quienes se divertía atrapando elevados en los jardines durante su infancia. Bonds estaba destinado a ser un atleta de alta competencia, al igual que lo era su progenitor, su tía Rosie Bonds, corredora olímpica, y su primo lejano, el también inmortal Reggie Jackson.

Comenzó a enseñar sus destrezas al entrar al Serra Junipero Hight School, en San Mateo, California, donde brilló como pelotero, basquetbolista y jugador de fútbol americano. Su talento fue evidente para los Gigantes de San Francisco, que lo tomaron en la segunda ronda del draft y le ofrecieron 75 mil dólares al graduarse, en 1982, pero pidió más dinero y los californianos terminaron sin sus servicios, por lo que Bonds optó por jugar en la Universidad de Arizona State, de donde obtuvo un grado en Criminología.

A pesar de ser una estrella colegial, Barry fue descartado del equipo olímpico de Los Ángeles. Su ego pesó para no formar parte de un equipo con futuras estrellas como Mark McGwire, Barry Larkin y Will Clark. Rod Dedeaux, coach del equipo olímpico, no quiso afectar la química dentro del clubhouse, por lo que desistió de convocar al toletero zurdo, que venía de ligar para .330, con 30 estafadas ese año. Su personalidad también comenzó a hacerse notar.

“Me gustaba muchísimo Barry Bonds. Desafortunadamente, nunca vi a algún compañero de equipo que le importara”, destacó Jim Brock, ex coach del zurdo en la universidad, a la revista Sports Illustrated. “Parte de eso se debía a que era grosero, desconsiderado y egocéntrico. Se jactaba del dinero que había rechazado y sobre quién era su padre”. Esa reputación privó a los Cerveceros de Milwaukee seleccionarlo como primera escogencia del draft de 1985. Prefirieron llevarse a B.J Surhoff y fueron los Piratas de Pittsburgh los que se hicieron con sus servicios como sexta escogencia de la primera ronda.

Desarrollo turco. El convenio entre los Piratas y Navegantes del Magallanes permitió la participación del prospecto bucanero en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Con apenas 21 años, Bonds salió por primera vez de EE UU para vestir la camiseta de uno de los clubes más populares del país.

“Era un tipo tranquilo y muy trabajador, para nada problemático”, recordó Gregorio Machado, coach de los turcos en esa época. “Llegó para trabajar en el corrido en las bases y en su fildeo”.
“No era tan sociable. Era muy callado”, agregó el técnico, quien afirmó que en el joven norteamericano “no se veía que iba a ser un fenómeno, pero tenía potencial, porque era un pelotero de mucha proyección”.

Ángel Escobar, primer bate de ese club magallanero describió a Bonds como “un flaco con cuerpo atlético”, que “tenía una madurez en su nivel de juego”. “Él era una persona sencilla, muy centrado en sus cosas, no egoísta, sino muy metido en lo que tenía que hacer”, resaltó el ex grandeliga criollo. “Compartí mucho con él y se veía que era una persona con mucha confianza en sí mismo”.

A pesar que nadie tuvo una queja de él, Bonds se marchó a casa antes que culminara la campaña 85-86, dejando promedio de .244 (160-39), con 32 anotadas, ocho dobles, un triple, siete jonrones, 23 remolcadas y siete estafadas en 44 compromisos.

“A nosotros nos extrañó mucho que se marchara, porque estaba rindiendo. Supongo que ser la primera escogencia de los Piratas en el draft tuvo algo que ver”, manifestó Escobar. “Él tenía unas molestias en su hombro de lanzar y a raíz de eso se fue”, dijo Machado. “Además, era la primera vez que estaba fuera de su hogar, era muy joven, y ya estaba acordado para que se marchara en diciembre para estar con su familia en las navidades”.

Su paso por Venezuela le dejó muy buena impresión de los peloteros latinos, con quienes se la ha llevado bien, incluso después de ser una súper estrella. “Conmigo se portó de lo mejor”, resaltó, vía telefónica desde EE UU, Wilson Álvarez, quien compartió con el jardinero en San Francisco en 1997. “Con los latinos, y en general con sus compañeros es bien, lo que pasa es crea otra impresión porque como tiene mucha presión y muchos ojos en él, a veces se recoge, como que pone un escudo, y se cuida”. Álvarez, quien describe al jonronero como “el mejor bateador de las Grandes Ligas”, indicó que durante el año de su retiro, en 2005, le pidió un suvenir autografiado. “Le dije: ‘Mira, quisiera tener algo tuyo firmado’, y el mismo bate que él utilizó en el juego me lo firmó y me dijo, ‘toma, aquí está’. Él escribió: ‘Para Wilson, Dios te bendiga’, y me lo firmó”, rememoró.

Estrella natural. Cuando Bonds llegó a los Piratas, en 1986 traía un brillo que únicamente se observa en los deportistas que llegan a terminar sus carreras como grandes leyendas.
Pero sus logros personales y la etiqueta de jonronero no terminaban de cuajar en el espigado jardinero, que físicamente difiere mucho al actual toletero de los Gigantes. En la primera parte de su carrera era muy poco dado a conversar con la prensa y simpatizar con los aficionados. Y eso recrudeció con el tiempo.

En Pittsburgh sus números no eran malos. Llegó a disparar cinco veces más de 24 jonrones, con tres campañas con más de 100 carreras remolcadas, y dos veces bateó sobre el potro de los .300 puntos de promedio, pero sus antecedentes hacían suponer mejores registros. Necesitaba cambiar de rumbo, cambiar de ambiente y lo comenzó a buscar.

Dejó la ciudad de acero y llegó a su querida California, al equipo en el que brillaron su padre Bobby (fallecido de cáncer en 2003) y su padrino Willie Mays, los Gigantes. Su deseo de jugar en su estado natal, especialmente en el Candlestic Park, antigua sede de ese conjunto, lo hicieron dejar la nave bucanera, aparte de los $ 43,75 millones que le garantizaron, en 1993, por seis temporadas.

Su llegada a San Francisco transformó al equipo que hace vida en uno de los extremos del puente Golden Gate, específicamente en las finanzas, porque “ es el jugador que llena el estadio”, manifestó Luis Torres, miembro del departamento de prensa de los Gigantes. “Hay que ver que cada parque al que él va logra vender boletos de más. Por ejemplo, la capacidad del AT&T Park, casa de los Gigantes, es de 41.777, y ahora se venden 43.052”, comentó Torres, a través del hilo telefónico, desde San Francisco. “Bonds ha traído muchos aficionados al área de la Bahía”.

Historia de sombras Bonds mantenía muy oculto un prejuicio racial, ése que fue sacado a la luz pública en el libro Juego de sombras, escrito por Mark Fainaru-Wada y Lance Williams, quienes explotaron las vivencias que experimentó el pelotero con Kimberly Bell, una de sus parejas sentimentales fuera del matrimonio. Con su primera esposa, Sun, tuvo a sus dos primeros hijos, Nikolai y Shikari. Con Liz Watson, su actual señora, procreó a Aisha.

Pero fue Bell, descrita como una hermosa mujer de ojos y larga cabellera color café, quien más compartió con el pelotero: desde 1994, cuando lo conoció en el estacionamiento del Candlestic Park, hasta 2005, cuando terminaron su relación. Bell recordó los celos que sentía Bonds por no ser la principal atracción de las Grandes Ligas. En mayo de 1998, cuando San Francisco visitó a San Luis, la atención mundial estaba centrada en cada turno que tomaba McGwire, cuarto bate de los pájaros rojos, quien estaba a la caza del récord de jonrones en una temporada.

En una oportunidad, cuando los Cardenales devolvieron la visita a los Gigantes, acordonaron la caja de bateo para que McGwire tomara su práctica. Al ver eso, Bonds preguntó a los encargados de seguridad: “¿Qué mierda es ésta?”. Al escuchar que se debía a que el “Big Mac” iba a tomar el turno en la jaula replicó: “En mi casa no”, y empezó a tumbar los cordones de seguridad.

Según Bell, la opinión de Bonds sobre la carrera que mantenía McGwire para quebrar la marca de Roger Maris, de 61 jonrones, se debía a una preferencia racial. “Ellos (las Grandes Ligas) van a permitir que McGwire rompa la marca porque es un chico blanco”, repitió Bonds en el verano del 98. Para ese momento el ganador de tres premios al Jugador Más Valioso de la Liga Nacional (después ganó cuatro más) no aceptaba ser relegado a un segundo plano, en este caso a un tercero, porque junto con McGwire también se robaba la atención de todos el dominicano Sammy Sosa.

Bell indicó que era tanta la frustración del cuarto bate de los Gigantes que, al observar ese desplazamiento en el que se convirtió su carrera, decidió hacer lo que estaban haciendo muchos peloteros y comenzó a usar lo que él llamó “la mierda”.

En su afán por “fortalecerse” Bonds se topó con el preparador físico Greg Anderson, un ex campocorto de un equipo universitario, en Kansas, a quien le llegó a pagar 10 mil dólares en efectivo con frecuencia por su “trabajo”. Antes de la zafra de 1999, Anderson fue contratado para supervisar el acondicionamiento físico de Bonds, a quien comenzó a suplir con diversas drogas, entre ellas la Hormona de Crecimiento Humano.

Los esteroides convirtieron a Bonds en una persona más irritable y temperamental, confesó Bell en “Juego de sombras”, al notar su pérdida del cabello, su continuo brote de acné en la espalda y su deficiencia sexual. Para esa época, muy pocas sustancias eran prohibidas en las Grandes Ligas, por lo que Anderson tuvo luz verde para hacer crecer la anatomía del jardinero, quien, a la misma edad que su padre se retiró (35), apenas empezaba a convertirse en leyenda.

Antes de juntarse con Anderson, Bonds no había conectado nunca 50 jonrones en un año. En el 2000, cuando Víctor Conte, otro maestro de los esteroides y dueño de los laboratorios Balco se unió al clan, disparó 49.

En 2001 descargó 73 estacazos. La marca de McGwire quedaba en el olvido y Bonds sonreía, porque nuevamente el mundo del béisbol giraba a su alrededor. Su rendimiento creció de una manera tan impresionante que nadie fue capaz de quitarle el premio al Jugador Más Valioso de la Liga Nacional desde 2001 hasta 2004.

En diciembre de 2004, el diario San Francisco Chronicle publicó el testimonio que dio Bonds a un gran jurado durante una investigación por el uso de varios atletas de esteroides anabolizantes. Allí estalló el escándalo, luego que saliera a la luz la confesión del jugador de usar dos sustancias indetectables en pruebas antidopaje llamadas “la crema” y “la clara”, pero sin saber que eran ilegales.

“No sé si usó esteroides o no, pero Bonds siempre ha sido un gran bateador, desde el principio de su carrera. Su coordinación y su vista no tiene que ver con otras cosas”, apuntó Wilson Álvarez, quien lo enfrentó cuatro veces, recibiendo un hit y dos dobles, con un ponche propinado.
El nuevo monarca de los cuadrangulares en la historia de las mayores siempre ha negado que utilizó sustancias prohibidas, pero eso no ha impedido que sea atacado y pitado en cada estadio en el que juega, a excepción del AT&T Park, de San Francisco.

“Éste récord no está manchado de ninguna manera, en absoluto. Ustedes (los periodistas) pueden decir lo que quieran”, declaró el pasado 7 de agosto tras conectar su cuadrangular 756, con el que dejó atrás la legendaria marca de Hank Aaron, quien no quiso presenciar el acontecimiento, al que tampoco asistió el propio Comisionado de las Grandes Ligas, Bud Selig.
Criticado por muchos y alabado por otros, Bonds sabe que su nueva hazaña no se la puede quitar nadie, pero mientras no desaparezca la sombra de los esteroides, seguirá siendo visto como un rey sin corona.

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4 Comentarios:

At 11:25 a.m., Anonymous Anónimo dijo...

es un exelente articulo en este se puede ver todo lo relacionado con el mejor pelotero de todos los tiempos en mi opinion me parece injusto todo lo que hacen con barry

 
At 5:01 p.m., Anonymous Anónimo dijo...

Barry es sencillamente el pelotero mas completo de la historia un gran bateador de promedio, hasta el momento el mas poderosos y tambien fue un gran robador de base alcanzando mas de 500 bases estafadas, y por si fuera poco gano 07 guantes de oro

 
At 8:06 p.m., Anonymous Anónimo dijo...

digan lo que digan para mi bonds es el mas grande pelotero de todos los tiempos..lo admiro desde que vino a jugar con el magallanes.

 
At 9:52 a.m., Anonymous Anónimo dijo...

pienso yo como pelotero que el esteroide puede desarrollar la fuerza pero el momento intacto y vision de poder pegarle a una bola a 95 mph es algo que solo el ser humano nace no se desarrolla, si me dices que la sustancia te dice por donde y que te va a lanzar es otra cosa....

 

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